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Asociación de Padres de Discapacitados Psiquicos de Bergantiños

Presentamos en la Praza dos Libros de Carballo el libro “Fuera de serie”

12 de julio de 2017   -    Del sector

La editorial Phottic y el autor del libro, Manuel Rey, presentaron el libro-documental "Fuera de serie" que conmemora el 40 aniversario de nuestra entidad.

A continuación os dejamos la introducción del libro, que relata una desgarradora historia sucedida hace no muchos años en Coristanco:


Aurelio Mourelle Souto murió por segunda y última vez el 29 de diciembre de 2008. Una parte de él ya había muerto por primera vez varios decenios antes, cuando unos médicos le dijeron a María, su madre, que la enfermedad del joven no tenía cura. Según contaron sus vecinos, Aurelio, hijo de soltera, había trabajado de joven en la cercana mina de Varilongo, ganándose un sueldo que les había permitido a él y a su madre, María, levantar una vivienda en la aldea de Ribela de Couso, en Coristanco. Pero algo ocurrió. Era un chaval cuando su carácter cambió, y se volvió agresivo. Se escapaba continuamente de casa y vagaba sin ropa por la aldea. María no tenía forma de controlar a su hijo. ¿Qué podía hacer una madre soltera en la aldea de Ribela de Couso, en Coristanco, ante una situación así?

María Mourelle no tenía muchas opciones. Acudió a un sanatorio psiquiátrico, pero no consiguió nada. No había cura para su hijo, y punto. Optó entonces por una decisión que con las gafas de 2016 parece aberrante: decidió encerrar a Aurelio en un zulo de cuatro metros cuadrados, anexo a la cocina de su casa de Ribela, con un colchón de paja y una manta. Entre esas paredes pasó Aurelio más de treinta (quizá cuarenta) años. Todos los vecinos lo sabían, pero ¿qué podían hacer? El mundo avanzaba a su alrededor, hasta que el martes 30 de mayo del 2000, la Guardia Civil entró en la casa de los Mourelle y se llevó a Aurelio y a María. "Un vecino de Coristanco pasó 30 años encerrado por su madre", contó La Voz de Galicia. La noticia dio la vuelta al mundo. Se había roto el tabú. No se sabe cuánta gente lo sabía, pero la gente lo sabía. Lo sabían en Ribela, en Esternande, en Agualada y en San Roque. Incluso en el Concello. Sin embargo, todos habían guardado un respetuoso y cómplice silencio. "Sabíano todos os veciños, pero ninguén lle quería facer mal, porque ela matábase por el e non quería deixar marchar ao fillo. Ela foi boa nai, o que pasa é que agora non pode valerse e non podía coidalo", contaba una vecina a La Voz.

Aurelio Y María fueron internados de manera provisional en una residencia de ancianos mientras reformaban su vivienda. Una vez terminada la obra, volvieron a casa. Aurelio siguió encerrado, pero en una estancia habitable. Siguieron viviendo juntos hasta que María falleció, con 95 años, en noviembre de 2003. El hombre fue trasladado entonces a una residencia en Lugo, donde vivió hasta su muerte.

La historia de los Mourelle nos encoge el corazón porque ocurrió en Coristanco y porque fue noticia. Lamentablemente, continúan saliendo a la luz casos semejantes. Es posible que alguna de las personas que esté leyendo estas líneas conozca más Aurelios y más Marías que permanecieron ocultas a la luz pública, perdiendo la oportunidad de tener una vida mejor.

Según los médicos, Aurelio tenía una enfermedad mental, no una discapacidad intelectual. Hablaremos más adelante de la relación entre estos dos términos. No obstante, y por desgracia, el aislamiento era una medida habitual ante ambas circunstancias. No había distinciones. En 1985, Manuel Deaño, catedrático de Psicología de la Universidade de Vigo, publicó El deficiente mental en el medio rural gallego, un estudio centrado en la provincia de Ourense, pero que sirve para analizar el caso que nos ocupa.

Deaño señala que "en el año 1982, encontramos en la parte noreste de la provincia de Ourense dos niñas de 12 y 15 años cuya existencia había consistido en permanecer a lo largo de toda su vida en una cuadra. Una de ellas presentaba signos físicos evidentes de una anomalía que cursa con deficiencia intelectual". Dos casos, en sólo un año, y solo en la provincia de Ourense. El autor aprovecha para denunciar el perjuicio que esta situación les ha causado a estas niñas: "Solo trato de poner de manifiesto los recursos personales y sociales que se le han negado a estas niñas fruto de su discapacidad".

El lector puede pensar que la ocultación de las personas con discapacidad mental era un fenómeno puntual hace varios decenios. Sin embargo, los datos nos golpean de bruces contra la realidad. La ocultación tenía una magnitud mucho mayor de se puede estimar hoy en día. En 1981, los psicólogos Agustín Dosil Maceira y Alfonso García Tobío realizaron el trabajo Institucionalización e asistencia da deficiencia mental en Galicia, en el que analizaban la relación entre el número de personas con discapacidad intelectual y el número de plazas disponibles en centros asistenciales. Para ello, realizaban una estimación del número de personas afectadas. Los datos para Galicia, según el SEREM (Servicio de Recuperación y Rehabilitación de Minusválidos), registraban un censo de 7.493 personas con discapacidad mental. Sin embargo, en este censo sólo se incluían las personas de entre 0 y 45 años, por lo que a las estimaciones del SEREM, según Dosil y García, habría que añadirles un 17% correspondiente a las personas mayores de 45 años. Serían, por tanto 8.767, sin incluir lo que los autores del estudio denominan "deficientes ligeros y limítrofes", que en aquel momento no eran atendidos por la Seguridad Social.

La ocultación no era, ni mucho menos, un mal 'endémico' del rural gallego. Los autores del estudio señalan que estos casos son "normales en todos los países". Como muestra, llama la atención que la Organización Mundial de la Salud recomendaba, en aquella época, multiplicar por cuatro los datos obtenidos en el censo. Es decir, en realidad había alrededor de 35.072 personas con discapacidad mental en Galicia, y tres de cada cuatro permanecían ocultas a efectos legales. No significa que el 75 por ciento de estas personas viviese en condiciones infrahumanas, como Aurelio o las niñas de Ourense, pero, de uno u otro modo, no tenían acceso a una atención acorde a sus necesidades.

En aquel momento, Aspaber ya estaba en marcha. Según los datos de Dosil y García, en Galicia había en 1981 28 centros de educación especial (CEE) que atendían a un total de 1.823 personas. Sólo el 5,2% de toda la población gallega con discapacidad mental. En el estudio se explica que, para atender a todas estas personas, sería necesario que cada uno de los 28 CEE se ocupase de 1.252 usuarios, algo que, según los psicólogos "supondría una masificación que resultaría perjudicial para una adecuada asistencia".

Hablamos de las personas con discapacidad, pero también de sus familias. Así, habría que multiplicar de nuevo por cuatro esas 35.702 personas, estimando que la unidad familiar de aquel momento en Galicia estaría compuesta por una media de cuatro miembros. Una estimación que, según Dosil y García, "está calculada por lo bajo, por lo que es posible que tienda a aumentar". De esta manera, en Galicia habría al menos 144.288 personas afectadas directamente por la discapacidad mental. Un 5,5 por ciento de la población de 1981.

Sólo recordando estos casos y estos datos podemos ser conscientes de la grandeza de lo que ha conseguido Aspaber durante estos cuarenta años. Si cientos de personas con discapacidad intelectual y sus familias han podido tener una vida mejor, ha sido porque hubo un momento, a finales de los años sesenta, en el que un grupo de padres y madres encabezados por Manuel Pose y Francisco Costa decidieron romper el muro de la ocultación y luchar por un futuro mejor para sus hijos e hijas.


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